21 octubre 2011

Patos

-Dígame, Howitz -le dije-. ¿Pasa usted muchas veces junto al lago del Central Park?
-¿Qué?
-El lago, sabe. Ese lago pequeño que hay cerca de SouthCentral  Park. Donde están los patos. Sabe, ¿no?
-Sí. ¿Qué pasa con ese lago?
- ¿Se acuerda de esos patos que hay siempre nadando ahí? Sobre todo en primavera. ¿Sabe usted por casualidad dónde van en invierno?
-Adónde va, ¿quién ?
-Los patos. ¿Lo sabe usted, por casualidad? ¿Viene alguien a llevárselos a alguna parte en un camión o se van ellos por su cuenta al sur, o qué hacen?
El tal Howitz volvió la cabeza en redondo para mirarme. Tenía muy poca paciencia, pero no era mala persona.
-¿Cómo quiere que lo sepa? -me dijo-. ¿Cómo quiere que sepa semejante estupidez?
-Bueno, no se enoje por eso.
-¿Quién se enoja? Nadie se enoja.
Decidí que si iba a tomarse las cosas tan a pecho, mejor era no hablar. Pero fue él quien sacó de nuevo la conversación. Volvió otra vez la cabeza en redondo y me dijo:
-Los peces son los que no se van a ninguna parte. Los peces se quedan en el lago. Esos sí que no se mueven.

El guardián entre el centeno, J. D. Salinger

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